Cumbres Borrascosas y la elección del narrador (Parte I)
La voz narrativa de la novela de Emily Brontë crea una atmósfera de ruina desoladora, pero nos impide acceder al mundo emocional de sus turbulentos personajes.
El título de este artículo iba a ser originalmente «Cumbres Borrascosas y el narrador equivocado». Sin embargo, decir de una obra literaria que tiene algo equivocado puede ser como mínimo una imprudencia —especialmente si se trata de un clásico consagrado por el paso del tiempo y el gusto de generaciones de lectores—, entre otras cosas porque esa afirmación supondría que hay una manera correcta y exacta de escribir una obra literaria. No la hay.
Y, aun así, como lectores experimentamos a veces insatisfacción con una obra literaria que no termina de cuajar en nosotros. Cuando un alumno me señala en el aula que no le ha gustado una obra, siempre le invito a preguntarse por qué, a reflexionar acerca de las razones por las cuales no ha logrado experimentar placer con esa lectura. Al mismo tiempo que nos permitimos ese displacer, es sabio preguntarnos sobre sus causas, pues esa pregunta nos puede conducir a aprendizajes fundamentales sobre la obra literaria y, también, sobre nosotros mismos. Y quiero recalcar esto último, pues finalmente la experiencia de una obra es profundamente personal —aunque no intransferible— y por ello, también, nuestra apreciación de una obra es siempre temporal, pues puede cambiar con nuevos reencuentros.
La insatisfacción fue, precisamente, el sentimiento que marcó mi encuentro con la novela Cumbres Borrascosas de Emily Brontë. Como un vaho espeso y oscuro, percibí una sensación de frialdad que emanaba de la narración y me hacía incapaz de tener una experiencia significativa con su lectura. Rápidamente, sin embargo, me di cuenta de cuál era el origen de esta insatisfacción: la voz narrativa empleada. Ella misma estaba creada, en realidad, como ese vaporoso filtro que nublaba e impedía el acceso al mundo emocional de los personajes.
Cumbres Borrascosas está narrada desde dos voces, una subordinada a la otra. Lockwood, un hombre que decide alquilar la hacienda colindante con Cumbres Borrascosas, es el narrador principal. Al llegar al lugar, una criada de edad avanzada le cuenta la historia de sus misteriosos residentes. Ella, que se convierte en la narradora secundaria, es quien nos presenta la narración fundamental como testigo de los eventos, pero siempre enmarcada en el relato del señor Lockwood. Así pues, las intensas historias de Catherine, Heathcliff y los Linton se nos presentan desde una perspectiva doblemente externa.
Y he ahí el quid de la cuestión: nunca profundizamos en los pensamientos o sentimientos de los verdaderos protagonistas de la historia, Catherine y Heathcliff, sino que paseamos por las brumas de los sucesos como exploradores que nunca pueden hacer contacto del todo con las formas entrevistas en la niebla. Experimentamos la visión externa de una criada de la casa, perspectiva a su vez absorbida por un inquilino cuyo papel en la trama es inexistente. Los protagonistas de la novela se comportan de formas retorcidas, enfermizas y, a veces, extremadamente perversas, pero nunca se nos ofrece la menor perspectiva de sus torturadas mentes.
Demos un paso atrás, sin embargo. Al analizar una ficción, resulta más interesante indagar en primer lugar qué efectos pueden tener sobre nosotros los elementos que ya existen en la obra, en lugar de fantasear con elementos que no existen o que podrían ser de otro modo. En ese sentido, la elección narrativa de Emily Brontë produce un efecto que podríamos llamar «gótico», es decir, un sentido de decadencia, de ruina temporal revivida por la memoria de los dolores pasados, a su vez condensados físicamente en un espacio en el que se han producido grandes padecimientos. Esta es, por ejemplo, la misma técnica narrativa que utiliza Edgar A. Poe en el cuento gótico «El retrato oval», pues un viajero entra en un castillo solitario, donde se topa con una vieja y lúgubre historia recogida en un libro. En Cumbres Borrascosas, el acto de la memoria que lleva a cabo la criada revive los fantasmas de los muertos y hace ver a los vivos como fantasmas del pasado; sombras del pasado arrebatadas por una borrasca despiadada como muñecos de un destino incomprensible y de sus propias voluntades también incomprensibles. Estas vidas —una vez vistas en perspectiva— se revelan como una espiral de sufrimiento y destrucción que han dejado lúgubres ecos y huellas en el lugar que habitaron, Cumbres Borrascosas.
Ahora bien, aunque este enmarcamiento narrativo produce un fascinante efecto desolador, también produce una paradójica sensación de retraimiento, de fría observación, de lejanía, pues impide experimentar la profundidad de los sentimientos y pensamientos de Catherine o Heathcliff. Esto último pareciera especialmente importante cuando sus turbulentos caracteres, sus atormentadas acciones y sus tempestuosos diálogos ocupan el foco de la novela.
Con un ejemplo se puede observar mejor el detalle de esta voz narrativa. He escogido un momento especialmente dramático de la novela, donde uno esperaría tener una ventana hacia los sentimientos de los personajes:
Su anhelo la hizo levantarse [a Catherine], apoyándose en el brazo del sillón. Él [Heathcliff], al oír aquella llamada sincera, se volvió hacia ella con aspecto de desesperación absoluta. Sus ojos, muy abiertos y húmedos por fin, la miraron con un fulgor intenso. El pecho se le agitaba de manera espasmódica. Estuvieron separados un instante, y después apenas vi cómo se juntaron, pero Catherine dio un brinco y él la tomó, y se unieron en un abrazo del que pensé que mi señora no saldría viva; de hecho, a mí me parecía completamente inerte. Él se dejó caer en el asiento más próximo, y al acercarme yo deprisa para ver si ella se había desmayado, él me enseñó los dientes y echó espuma por la boca como un perro rabioso, y la llevó hacia sí con codicioso celo. Yo sentí que no estaba en compañía de un ser de mi misma especie. Me pareció que no me entendería aunque le hablara, de modo que me retiré y contuve la lengua, muy perpleja.
— Traducción de Alejandro Pareja Rodríguez.
Emily Brontë es una prosista de gran talento y, a través de la visión de la criada, crea la desesperación de esa pasión enfermiza y la monstruosidad posesiva de Heathcliff. Mediante la visión de gestos físicos, la narradora transmite la intuición de un mundo interior: «Su anhelo la hizo levantarse», «se volvió hacia ella con aspecto de desesperación absoluta», «sus ojos la miraron con un fulgor intenso», «se unieron en un abrazo del que pensé que mi señora no saldría viva», «la llevó hacia sí con codicioso celo». Sin embargo, todo este mundo interior y estas sensaciones demoledoras están limitados y filtrados por una visión externa: por los sentimientos de un hombre que no conoció a los implicados y, sobre todo, una criada que le cuenta la historia.
Esta visión produce un efecto especialmente insatisfactorio si se tiene en cuenta que Heathcliff es un personaje tan marcadamente perverso y maligno. ¿Qué sentimientos y razones impulsan a Catherine a sentir una pasión autodestructiva por un hombre repulsivo y malvado? ¿Qué sentimientos y razones remueven el carácter de un hombre para comportarse de formas tan perversas y crueles en repetidas ocasiones? Nada de eso se nos permite experimentar durante la novela, aunque uno imaginaría que ahí es donde realmente se están jugando las vidas de estos personajes. Tan solo se nos permite ver la perplejidad, el escándalo y la compasión de una criada, repetidos una y otra vez a lo largo de la novela. Si bien percibimos que hay sentimientos importantes en juego entre Catherine y Heathcliff, la única interioridad que se nos describe explícitamente es de la criada:
(…) a mí me parecía completamente inerte (…). Yo sentí que no estaba en compañía de un ser de mi misma especie. Me pareció que no me entendería aunque le hablara, de modo que me retiré y contuve la lengua, muy perpleja.
Como solo nos quedan esta perplejidad, este escándalo y esta compasión —por Catherine, no por Heathcliff—, me cuesta comprender que esta narración haya pasado como una historia de amor, cuando todo lo que podamos ver son los gestos a medio esbozar de una obsesión perversa, cruel y autodestructiva, entrevistos por una criada y relatados a su vez por un hombre ajeno.
La ficción no es inmune a las sutilezas estéticas empleadas; muy al contrario, la ficción está construida a partir de cada una de esas sutilezas y la voz narrativa crea la forma misma de la ficción tal como aparece ante el lector. Los eventos narrados solo existen a través de esa voz y, por tanto, ella es nuestra entrada a ese mundo. Si bien en Cumbres Borrascosas la elección del narrador nos permite adentrarnos en una neblinosa atmósfera de sentimientos ruinosos y destructivos, esos mismos sentimientos nunca llegan a ser realmente apreciados, ni a tomar forma más allá de los gestos externos, por lo que la tragedia de la ruina emocional no llega a ser realmente experimentada. Solo quedan los despojos de una tempestad producida por seres animalescos y fantasmales.
En la segunda parte de esta entrega, que publicaré la próxima semana, compararé la voz narrativa de Cumbres Borrascosas con las voces narrativas usadas por otros autores como Charlotte Brontë, Edgar A. Poe, Jane Austen, Stendhal, Virginia Woolf, Jorge Luis Borges o George R. R. Martin.
Siempre he disfrutado de esta novela, es una de mis preferidas. Pero cierto es que la elección narrativa resulta, sin lugar a dudas, distante y decadente. ¿Qué se gana y qué se pierde al contar una historia desde esta especie de periferia o filtro emocional? En Cumbres Borrascosas, parece que se gana atmósfera, pero se pierde intimidad. Nunca lo había visto de este modo, pero es interesante el análisis que haces. Una perspectiva que, desde ya, me suma por completo a la hora de releer este clásico.
Me resulta super interesante tu artículo! Gracias! En esa época, el uso de narrador testigo se usaba en novelas góticas y pienso que ella tal vez decidió contarla así para separarse y destacar un poco del género romántico puro. Ya Mary Shelly lo había hecho y, por qué no? Quizás también un homenaje a las pocas mujeres destacadas de la época. 😉